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        Cantabria: ¿Quién da más?

        Cantabria es provincia de altas montañas; de manantiales de los que nacen ríos de tanto renombre como el Ebro; de valles de colinas verdes y redondeadas en las que pastan, impertérritas, señoras vacas; de pueblitos con el encanto de antaño y de una capital, Santander, guapa hasta decir basta.  

        De Santander te enamorará la belleza de su bahía, que tenga su propia península con un palacio en ella, el de la Magdalena; que su centro de arte más famoso, el Botín, sea tan futurista que parezca no tocar el suelo y, sobre todo, que, desde nuestro hotel, El Balcón de la Bahía Suites by Sercotel, lo tengas todo a mano. Lo que te decíamos: Cantabria, ¿quién da más? 

        Del verde de su naturaleza y los tesoros que esconde

        En Cantabria, sentirás que puedes tocar el cielo cuando te montes en el teleférico que te lleve directamente desde Fuente Dé hasta lo alto de los Picos de Europa. Allí, en pleno Parque Nacional, entenderás de lo que es capaz Mamá Naturaleza cuando hace de las suyas.  

        Ahora bien, no todo es subir a lo más alto. Porque en Cantabria, si quieres, también te puedes adentrar en sus profundidades. Y es que en esta provincia, la cosa también va de cuevas, como las de El Soplao, un festival de estalactitas, estalagmitas, columnas y coladas; o las más famosas de Altamira, que suponen casi, casi, un viaje al principio de los tiempos a través de sus pinturas rupestres.   

        Eso sí, si lo tuyo no es dejar de ver la luz del día, quizá prefieras pasear entre montañas y colinas, adentrándote en valles de belleza tan espectacular y serena como el de Liébana o los Pasiegos, que pueden recorrerse por caminos y senderos, de pueblo en pueblo.  

        Mucho se habla de sus pueblos costeros y quizá, algo menos de los de interior. Sin embargo, haberlos, haylos y la prueba son localidades como Liérganes, donde querrás que te cuenten la leyenda del Hombre Pez; Potes, bien de callejuelas por las que perderse, de puentes que cruzar y de torres que admirar; o Santillana, que es del Mar solo en el nombre porque por lo demás, es del adoquín de sus calles, de la piedra de sus casas y de las coloridas flores que adornan sus balcones cuando el tiempo acompaña.  

        cantabria
        Del azul de sus playas y del encanto de sus pueblos marineros

        Debería ser obligatorio saberse de memoria el nombre de los pueblos que salpican la costa cántabra, como un recital de lugares en los que ser feliz que bien podría empezar por Castro Urdiales y terminar en San Vicente de la Barquera, con todos los altos en el que camino que quieras realizar.  

        Y sí, verás barquitas meciéndose plácidamente sobre las olas, que es lo que uno espera cuando le hablan de localidades y pueblos marineros. 

        Los más foodies se negarán a pasar por alto Santoña, por lo de probar sus anchoas in situ, que parece que saben más ricas. Los amantes de la arquitectura, no podrán dejar de sorprenderse cuando descubran que antes de ser tan cinematográfica, en Comillas ya dejó su impronta el mismísimo Gaudí. El edificio se llama El Capricho y no le hace falta descripción: por su modernismo lo identificarás. 

        En Somo, quienes busquen arena de un blanco imposible y aguas de las de disfrutar sobre una tabla, habrán encontrado su lugar en el mundo. Esta playa enamora. Tanto que no te cansarás de recorrerla y cuando te quieras dar cuenta, tendrás Santander frente a ti, al otro lado de la bahía.  

        Paseando habrás llegado hasta la lengua de arena que es El Puntal. Espigada, todo playa hasta donde alcance tu vista, cuando te bañes en sus aguas, lo estarás haciendo en las aguas donde comienza la belleza de la bahía de Santander. Vuelta al origen de este periplo cántabro.  

         

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